Joaquín Turina a la edad de 12 años
Retrato de José Villegas Cordero (1895)



Joaquín Turina. Música cinematográfica

(Adaptación del texto de introducción a la proyección de la película "El Abanderado", dentro del Ciclo Compositores académicos del cine español de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Filmoteca Nacional -Cine Doré, 11 de enero de 2024-, para su lectura en el Espacio de reflexión de la sesión plenaria de la RABASF correspondiente al 22 de enero de 2024)


En un breve artículo, publicado en el número de marzo de 1942 de la Revista Nacional de Educación y titulado "En torno al problema de la música cinematográfica", Joaquín Turina nos proporciona las claves de su relación con el cine. El artículo empieza diciendo:

Era yo niño aún cuando vi la primera película. Esto ocurrió en Sevilla, en un salón de la calle de la Sierpes; uno de aquellos salones que frecuentaron La Fornarina y Pastora Imperio, en sus comienzos, y que caracterizaron los primeros años del siglo. La película en cuestión duraba cinco minutos y representaba la llegada de un tren a la estación. Era tal el éxito de público, que se repetía siempre, una o más veces.

Resulta evidente que la primera proyección a la que asistió debió de tener lugar en el Gran Café Teatro Suizo, situado en el número 27 de la sevillana calle Sierpes, muy cercana a la casa natal de Turina, y que con el tiempo se acabaría convirtiendo en el Teatro Imperial. El Gran Café Teatro Suizo desarrolló una intensa actividad en torno al flamenco (la referencia a La Fornarina y a Pastora Imperio es incuestionable), pero si merece la pena ser recordado es porque fue el primer lugar en ofrecer en Sevilla una sesión de cinematógrafo, lo que tuvo lugar el 17 de septiembre de 1896. Y parece claro también que la película que tanto le impresionó fue La llegada de un tren a la estación de La Ciotat, rodada por los hermanos Lumière en 1895, y cuya primera proyección tuvo lugar en el Salón Indio del Grand Café de París en enero del año siguiente. La película en cuestión dura en realidad 50 segundos, pero la impresión en el niño de 13 años que asistió a su proyección la incrementó en cuatro minutos más en su recuerdo.
En 1942, fecha del artículo, la experiencia de Turina con la composición de música cinematográfica es ciertamente escasa, ya que se limita a la escrita en 1941 para dos documentales que, bajo el título de Campamentos, fueron realizados por el Frente de Juventudes, y por los que Turina percibió la nada desdeñable cantidad de 6.000 pesetas. El primero de ellos estaba dedicado a los campamentos de la Sección Femenina, y la música, escrita para orquesta, fue compuesta en septiembre de 1941, colaborando en la instrumentación su discípula Carmen Fernández.
La música del segundo documental, dedicado a los campamentos masculinos, fue compuesta durante el mes siguiente, instrumentada por él mismo para cuarteto de cuerda. Los dos cortometrajes fueron estrenados en el cine Capitol, de Madrid, el 29 de octubre de aquel año, siendo galardonados en el Primer Concurso de Documentales CIRCE, con la copa Ulagui Films Internacionales 1941. La entrega de los premios tuvo lugar el 29 de julio de 1942 en el Palacio de la Música, y es más que probable que la concesión de dicho premio fuera el motivo de la redacción del artículo arriba mencionado.
Tal vez por causa del éxito de esos documentales, Turina empieza a partir de esa fecha una colaboración más estrecha con el cine; estrecha relativamente, claro está, pues no son muchas las películas para las que compuso música, ya que hasta su fallecimiento en 1949 el número de estas se limitó a un total de cuatro largometrajes y tres documentales. Figura clave en esta etapa es el productor, director y guionista Fernando Alonso Casares, más conocido como Fernán, con quien Turina colaboraría en varias ocasiones, siendo la primera de ellas el documental Primavera sevillana, de 1943, realizado para NO-DO y nuevamente con Carmen Fernández como orquestadora de algunos fragmentos. A partir de Primavera sevillana se incorpora también su alumno Jesús García Leoz, en esta ocasión como director de la Orquesta Nacional en la grabación de la banda sonora, en ocasiones futuras como orquestador y, ya en la última película que abordaría Turina, como encargado de terminarla. Compuesta la música entre el 27 de mayo y el 11 de junio, el documental fue estrenado el 22 de junio de ese año en el cine Capitol de Madrid.


El primer largometraje en el que colaboró Turina fue El abanderado, cuya música fue compuesta entre el 24 de julio y el 9 de septiembre de 1943, con la colaboración de Jesús García Leoz en la orquestación de algunos fragmentos. Su estreno tuvo lugar el 15 de octubre, y la proyección fue precedida del documental Primavera Sevillana. La expectación ante el estreno fue enorme, como lo recoge el NO-DO de esa semana, y la película fue galardonada con el sexto premio del Sindicato del Espectáculo de 1944.


El abanderado fue dirigida por Eusebio Fernández Ardavín para la productora Suevia Films, y su reparto estaba encabezado por Alfredo Mayo en el papel del Teniente Javier Torrealta, contando con la participación de Isabel de Pomés como Renata Larroche, y Raúl Cancio y José Nieto como Daoíz y Velarde, respectivamente. El argumento era del propio Fernández Ardavín, y de la fotografía se encargaron Hans Sheib y Ricardo Torres.
En 1944 trabaja en la música para la película Eugenia de Montijo, dirigida por José López Rubio para la productora CEA Films y estrenada el 16 de octubre de ese año en el cine Avenida de Madrid. Fue protagonizada, entre otros, por Amparo Rivelles, Fernando Rey, Tony Leblanc y Guillermo Marín.


Unos años después, en 1947, compone la música para la película Luis Candelas, el ladrón de Madrid, dirigida por Fernán, para la productora Trébol Films. El estreno tuvo lugar el 19 de enero de 1948 en el Cine Bilbao de Madrid. Participaron como intérpretes Alfredo Mayo, Mary Delgado, Isabel de Pomés y José María Rodero, entre otros.


Como muchas películas de la época, tanto El abanderado como Eugenia de Montijo y Luis Candelas se insertan dentro de una producción cinematográfica muy propia de la década de los años ’40 del pasado siglo, constreñida necesariamente al gusto estético imperante, síntesis imposible entre las grandes pretensiones y la cortedad de vuelo a que obligaban los criterios políticos, siempre vigilantes a través de una férrea censura de que nada se saliera de los principios ideológicos establecidos para una cultura nacional-católica que debían acatar todos los autores, con independencia de su aceptación, oposición o indiferencia a los mismos.


La última película en la que colaboró Turina fue Una noche en blanco, de 1948, también dirigida por Fernán para su propia productora. Iniciada la partitura el 17 de junio de 1948, Turina escribe en su Diario, en el apunte correspondiente al 12 de julio: "Comienza uno de los ataques más agudos y más largos de mi enfermedad. Tras una semana horrible se presenta una complicación [...] Son días muy amargos...". Y más adelante: "... La película Una noche en blanco, suspendida violentamente, se la lleva Leoz y la termina." Tras unos meses de larga agonía, Turina fallece el 14 de enero de 1949, a la edad de sesenta y seis años.

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A juzgar por las anotaciones contenidas en sus Diarios, en los que desde 1913 y hasta 1948 Turina apuntó con absoluto rigor lo más significativo de cada jornada, no debió ser para él un placer, precisamente, componer para el cine. Ya en el artículo de 1942 arriba citado enumera algunos de los aspectos menos gratificantes de esa tarea. Como muestra basta el siguiente ejemplo, no exento de gracia y sentido del humor:

Por bien pensado y detallado que esté un guion de película, es dificilísimo, casi imposible, calcular el número de minutos y de segundos que dura cada trozo. Si se pudiese obtener la dimensión exacta, el compositor podría entonces planear con plena conciencia su obra, dándole el equilibrio que toda obra de arte debe tener... [...] ... Pero esto no suele ocurrir en las películas y, cuando llega la sincronización, y están en el estudio los artistas, y la orquesta, y los ingenieros, y todo el personal, se oye este grito, verdaderamente aterrador: «¡Faltan siete metros de música!» Porque lo de menos sería, allí mismo, sobre la marcha, inventar los siete metros de música que faltan; lo peor del caso es que, al añadirlos, se forma un nuevo trozo pegadizo, que estropea el conjunto y destruye el equilibrio. Otro caso, también muy grave, ocurre cuando sobran dos o tres páginas de música; entonces, el director de orquesta cambia la batuta por las tijeras, cortando compases, sin la menor contemplación y ante los ojos espantados del compositor.

Y el último párrafo del artículo tiene algo de visionario. Dice así:

Hemos llegado al nervio de la cuestión. Me parece muy difícil, por el momento, proponer tal o cual receta; creo, sin embargo, que así como existen ya escuelas de actores cinematográficos, convendría ir pensando en una derivación de la asignatura de la Composición musical, que estudiase y recogiese los múltiples problemas que ofrece la pantalla a los músicos. Porque bien mirado, ¿qué perspectivas se acusan en el terreno musical actualmente? Sin citar nombres, yo invito al lector a que dé un vistazo a la producción contemporánea, nacional y extranjera, y comprenderá inmediatamente que, en la mayoría de las películas, la pantalla y la música marchan como matrimonio mal avenido. He aquí un tema del que pueden deducirse las líneas iniciales de una pedagogía musical cinematográfica.

En ese momento, Turina estaba muy lejos de intuir que todavía faltaban más de 50 años para que el plan de estudios conducente al título superior de Composición incluyera, entre otras modalidades, la de la Composición para medios audiovisuales, como parte de los estudios del Grado superior de las enseñanzas de Música.

...

Y para finalizar, una curiosa información en la que he reparado durante la elaboración de este texto, y que hasta ahora ningún estudioso había señalado. Turina debió de ser consciente de que, a pesar del intenso trabajo realizado para la composición de la música para las películas en las que colaboró, éstas estaban llamadas a tener una vida muy corta, y por ello no dudó en aprovechar los mejores fragmentos escritos para ellas en obras de catálogo, intentando darles de ese modo una mayor pervivencia. Así, en el año 1945 compone dos obras pianísticas, catalogadas con los números de opus 101 y 103, y cuyos elocuentes títulos revelan claramente su dedicación durante los años anteriores a la música cinematográfica. El primero se titula Linterna mágica, y en cada uno de sus tres movimientos emplea material procedente de algunas de las películas. En el primero, Preludio, utiliza un fragmento de El abanderado; en el segundo, El misterio del jardín, vuelve a Primavera sevillana; y en el tercero y último, Vals romántico, reproduce un fragmento de la escena del baile de Eugenia de Montijo.

Primera página de la partitura orquestal autógrafa de la música del Vals de Eugenia de Montijo

Primera página del tercer movimiento ("Vals romántico")
de Linterna mágica, op. 101, para piano

En la otra obra, titulada aún más elocuentemente Fantasía cinematográfica, Turina "narra" la grabación de la banda sonora de una película, tal como nos van relatando las acotaciones con que denomina cada una de sus cinco secciones. La primera se titula En los estudios cinematográficos. Entrada de la orquesta; la segunda describe a El director de la orquesta, en un ritmo de zortzico que hace pensar en algún director vasco con nombre y apellidos (tal vez Jesús Arámbarri, muy vinculado al cine en esos años); los títulos de las tres secciones siguientes van precedidos del término "Pantalla": en el primero (Juegos en los jardines) Turina emplea un fragmento de Eugenia de Montijo; en el segundo (Recepción de gala en el Madrid de 1808) utiliza parte de El abanderado; y en el tercero (Campo andaluz) vuelve a Primavera sevillana.
Si bien estas dos obras pianísticas no son demasiado conocidas por ser muy poco interpretadas, hay de ellas varias grabaciones que al menos permiten tanto su escucha como la valoración de la calidad del trabajo musical realizado por Turina para un medio en el que, por lo que como hemos visto él mismo consigna en sus Diarios e insiste tanto en su artículo como en diversas entrevistas, nunca debió de encontrarse demasiado cómodo, pero en el que a pesar de ello supo dejar una buena muestra de su calidad y su buen hacer.