Misión posible

(Colaboración publicada el 22 de mayo de 2008 en el diario ABC de Madrid, con motivo de la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2008 al Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela)


Hace sólo unos pocos años comenzó a extenderse por Europa la noticia de que en Venezuela se estaba produciendo una profunda revolución social; de que se había puesto en marcha un sistema eficaz para que decenas de miles de niños y jóvenes cambiaran su situación vital, dominada por una realidad de pobreza generalizada que les abocaba irremediablemente a la violencia, las drogas y la delincuencia; de que todo ello venía de la mano de la música, y más concretamente de una extensísima red de orquestas y coros infantiles y juveniles; y de que por añadidura se estaban alcanzando en ese país las más altas cotas de perfección musical imaginables, a través de la Joven Orquesta Simón Bolívar y de su jovencísimo director, Gustavo Dudamel.
Durante los últimos meses, todo lo relacionado con el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela se ha visto inmerso en una vertiginosa escalada de actualidad que ha difundido a los cuatro vientos que lo que parecía increíble era una realidad tangible, que periódicamente podemos disfrutar a este lado del Atlántico gracias a las giras que cada vez más frecuentemente llevan a la orquesta y a su director por toda Europa, España incluida. Por eso no tiene nada que extrañar que el creador e impulsor del Sistema, el Maestro José Antonio Abreu, pase últimamente la mayor parte de su tiempo sobrevolando océanos y continentes para recoger los múltiples galardones con que, en reconocimiento a una labor que está más cerca del milagro que de lo creíble, está siendo premiado continuamente por las más diversas instituciones mundiales.
Cuantos conocemos, admiramos y queremos a Abreu y a los «muchachos» del Sistema de Orquestas de Venezuela (30 españoles, procedentes de la Jonde y de la Orquesta Presjovem, han colaborado con la Simón Bolívar en Caracas hace sólo unas semanas), estamos seguros de que toda esta frenética carrera de galardones, a los que ahora se suma el premio Príncipe de Asturias de las Artes, no va a halagar su vanidad, sino que se convertirá de inmediato en la ofrenda personal de todos ellos al propio Sistema, a mayor gloria del mismo, para que su ejemplo cunda más allá de las fronteras venezolanas, como ya ha empezado a hacer desde hace un tiempo.
Pero no menos importante para el propio Sistema es que se siga expandiendo de puertas adentro; porque, después de haber beneficiado a 400.000 niños y jóvenes venezolanos en sus 33 años de existencia, enarbola ahora como gran proyecto de futuro lo que Abreu llama la «Misión música», consistente nada menos que en extender su radio de acción a un millón de jóvenes músicos en el plazo de unos pocos años. Como es lógico, sólo una pequeña parte de ellos serán en el futuro profesionales de la música; pero todos habrán tenido la ocasión, gracias a la música y a su práctica colectiva, orquestal y coral, de crecer humanamente en contacto con una realidad bien distinta a la de su entorno social y familiar, en su mayor parte muy desfavorecido, y abarrotarán en el futuro los auditorios y salas de conciertos, como simple público cuya afición se ha desarrollado en unas condiciones privilegiadas.
Mi más entrañable y efusiva enhorabuena, pues, al Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela; pero enhorabuena también, y no menos cálida y profunda, para todos aquellos que estamos convencidos de que la música es, no sólo el mejor vehículo para transmitir sentimientos y comunicar emociones, sino también para transformar éticamente la sociedad a partir de la transformación psicológica previa, por vía artística y afectiva, de todos cuantos la crean o interpretan.

Madrid, mayo de 2008