Un zeppelín para Don Quijote

Por Juan Ágel Vela del Campo

(Artículo publicado en el diario El País. Madrid, 28 de septiembre de 2000)


El Liceo de Barcelona inaugura el próximo sábado su temporada de ópera con el estreno absoluto de D. Q., Don Quijote en Barcelona, una creación conjunta del grupo teatral catalán La Fura dels Baus, el compositor madrileño José Luis Turina y el escritor andaluz Justo Navarro. El enunciado a secas de la noticia podría entrar en el terreno de la realidad subjetiva o de la realidad virtual, pero no es así. Algo se está moviendo en la ópera en España para que una propuesta de estas características se inscriba en la realidad cotidiana.
En la década de los ochenta La Fura dels Baus escribió el Manifiesto canalla. En él se decía que una de las acciones más eficaces para combatir la "cultura del dinero" era tapiar el Liceo. Mucho han cambiado los puntos de vista desde entonces en la factoría de La Fura. De hecho, su sección operística se ha comprometido hasta las cejas con el género lírico en un camino que parece sin posibilidad de vuelta atrás. Todo empezó en Granada, con Atlántida, gracias a la audacia programadora de Alfredo Aracil, que recogió hasta sus últimas consecuencias una idea del musicólogo Jorge de Persia. Gérard Mortier estuvo allí e invitó a La Fura al Festival de Salzburgo de 1999. El éxito cosechado con La condenación de Fausto fue impresionante. Entre ambos espectáculos, La Fura paseó por Roma, Cagliari y otros lugares una peculiar versión de El martirio de San Sebastián. La trilogía le ha metido el veneno de la ópera en el cuerpo. El reto de un estreno mundial era una consecuencia en cierto modo disparatada, pero previsible.
El proceso normal de una nueva creación operística parte del encargo a un compositor de la partitura musical por parte de un teatro, institución pública, Ministerio de Cultura u organismo análogo. A partir de ahí se elige al libretista y posteriormente a los equipos musicales y escénicos. La Fura ha invertido toda esta secuencia de funcionamiento. No esperó ninguna subvención ni encargo oficial para comenzar su aventura y tampoco la llamada de un director artístico o cargo equivalente ofreciendo un proyecto avanzado. Partió de una idea vaga de hacer una ópera de corte futurista, más o menos ligada a Barcelona, y comenzó a buscar un compositor idóneo a sus intenciones, decantándose en el empeño por una línea melódica, bien construida y engarzada con la tradición en vez de por una estética de ruptura dura desde la música. El modelo en cierto modo conservador de José Luis Turina fue el elegido, aunque en algún momento también se barajó la posibilidad de una solución más radical con Francisco Guerrero.
El siguiente paso era encontrar al libretista. El tema, si cabe, era aquí aún más complicado y a la palestra salieron los nombres de John Berger, Paul Auster y Justo Navarro. Los fureros se decantaron por este último después de la lectura de su novela La casa del padre, y no precisamente por cuestiones argumentales, sino más bien por la consistencia formal de la estructura rítmica. Tuve el privilegio de estar en la reunión del primer encuentro entre Turina, Navarro y La Fura. El flujo de ideas fue apasionante. El escritor asumió la responsabilidad del centrocampista con su fantasía fabuladora. Los fureros no salían de su asombro. "Pensábamos que teníamos imaginación", dijeron en un momento, "pero, después de escuchar a este tío, lo tendremos que reconsiderar. Vaya baño que nos está dando". Se embarcaron en la historia despreocupándose de los gastos. La libertad de actuación, la ilusión del viaje creativo, les compensaba. Hombro con hombro llegaron hasta el final.
El Liceo les ofreció la inauguración de la segunda temporada después del incendio y, claro, aceptaron. La primera batalla antes de alzarse el telón ya la han ganado: las entradas se han esfumado como por arte de magia para las nueve funciones. El retorno de Josep Caminal a su viejo puesto de mando no ha podido ser más feliz. Van a ver hechas realidad desde el primer título de su nueva etapa algunas de sus obsesiones: una espectacular información, via Internet; una exposición con los objetos de la escenografía en Barcelona, una vez concluidas las representaciones; y, especialmente, un éxito de taquilla aun con el riesgo que supone un estreno mundial. Algo está cambiando en la ópera en España cuando estas cosas empiezan a ocurrir.